Por un pico roto se convirtió en una experta en palomas y se hicieron inseparables con la Chipi, que no es mensajera pero si influencer

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Torcazas, palomas y cotorras. En los últimos años, diferentes especies de aves habían pasado por sus manos para recuperarse de las consecuencias de sobrevivir en la ciudad. Parientes, amigos y conocidos la contactaban periódicamente para hacerle consultas, darle aviso de algún ave en problemas o pedirle orientación sobre algún rescate.

Era mayo del 2023, días atrás había liberado a dos torcazas que estaban listas para retomar su vida en libertad. Hasta que, de pronto, se cruzó con una publicación en la página de Facebook de la ONG Pájaros Caídos que captó su atención. “Una chica había posteado una foto de una paloma en una caja y solicitaba tránsito para un solo día a la semana (miércoles) ya que solo ese día tenía que ir presencial a su trabajo. En la publicación también contaba que era un pichón de 35 días, que estaba en excelente estado de salud pero que tenía que estar 15 días más con suplementos vitamínicos para que pueda seguir desarrollándose. Luego podría liberarlo”, recuerda Melisa Jazynka.

Al principio pasó la publicación como una más de las tantas que miraba a diario. Pero, a los pocos segundos, algo la llevó a mirar con detalle la imagen de la pequeña paloma. “No puedo explicar si fue la foto o qué pero algo me conectó con esa palomita. Descubrí también que la chica que la estaba transitando vivía muy cerca de casa y me ofrecí a darle tránsito los miércoles. Todo cerraba perfectamente”.

Al día siguiente, tal como había planeado, recibió a la palomita en su casa. “Íbamos a estar juntas solo 24 horas. Pero, al examinarla, me di cuenta de que algo no estaba bien. Sus deposiciones eran de color verde, su carita estaba llena de papilla, su plumaje sucio como desmarañado y lo más impactante era que tenía el pico abierto, como caído”.

En muchos casos, las deposiciones verdes en aves indican falta de alimento. También son síntoma de ciertas enfermedades. Pero en este caso se trataba de una paloma sana sin parásitos ni patologías. “El problema había sido el tamaño de la jeringa que había usado para alimentarla. Al ser inexperta, sin querer, le había producido una lesión”.

Melisa no quiso perder tiempo y llevó a la palomita al veterinario. Allí se confirmaron sus sospechas con un diagnóstico probable de luxación del pico. “Probablemente, al momento de alimentarla, le habían abierto el pico de manera muy brusca y eso le ocasionó una lesión. A los tres días una radiografía dio el veredicto final: el pico del pichón estaba luxado y tenía un largo tratamiento por delante”.

“Era probable que el tratamiento no funcionara”

No dudó ni un instante. Chipi, como había bautizado a la paloma, debía quedarse con ella para poder recibir los cuidados necesarios. Y así, entre medicamentos, alarmas para recordar las tomas de medicación, dieta y sobre todo el proceso de encintar el pico todo el día y solo retirarlo para alimentarla pasaron las siguientes semanas. “Le prometí a Chipi que iba a hacer todo lo posible por ayudarla. Pero la verdad era que el veterinario especialista en aves tampoco tenía la certeza de que el encintado funcionara. Incluso me había advertido que era probable que no funcionara y quedara con asistencia para comer de por vida”.

Sin embargo, contra todo pronóstico, a los tres días la palomita tenía el pico muchísimo mejor y, a la semana, cuando le retiraba la cinta ella sola picoteaba las semillas. “Desde el momento en que llegó a mi casa, no hubo ni una sola noche que yo no me quedara en el lavadero haciéndole compañía a la palomita. Sabía que no tenía que improntarla pero su recuperación era tan incierta que mi corazón me decía que necesitaba compensar todo aquel sufrimiento con lo más profundo que podía ofrecer: compañía, ternura y amor”.

Pasaron las semanas y el cariño comenzó a crecer entre Chipi y Melisa. Si bien su pico ya había sanado, ya era tarde. La palomita se había improntado. “O nosotros nos improntamos. O ambos. No lo sé. Ya formaba parte de la familia, ya no imaginaba mis días sin ella. Desde el primer momento fue una paloma super cariñosa, que amaba las caricias y los besos. ¿Cómo iba a hacer para despojarla de ese mundo que conocía? ¿Cómo iba a quedarme tranquila de dejarla en libertad? Improntada fue la palabra que usó el veterinario. Pero ¿quién se había improntado primero? No sabemos. Pero sospecho que fui yo”.

Melisa con una amiga que conoció por el amor a las aves.

Era un hecho, Chipi ya formaba parte del paisaje en la casa. Se había adueñado completamente de los corazones de Melisa, del de su pareja, la gata y los dos perros que conforman su familia multiespecie. Muchas semanas después, empezaron a aclimatar el espacio para la paloma. El balcón tiene un cerramiento particular por lo cual era muy seguro para que disfrutara del sol y el aire fresco. Chipi ya sabía perfectamente dónde se encontraba su plato de agua y su comida.

Un tiempo después vimos algo que nos llamó la atención. El veterinario había sugerido que probablemente Chipi era un macho. Pero un día vimos que llevaba ramitas y pedazos de plantas a un lugar específico de la casa. Chipi era hembra y a partir de ese momento se convirtió en ‘’La Chipi’’.

“Muchas cosas pasaron desde ese momento, ya hace un año. Chipi puso huevos, fue vacunada, re-vacunada, visitó al veterinario otras veces más, vivimos un montón de cosas juntas, hasta incluso tiene su propio Instagram: Chipi.lapaloma. Gracias a Chipi pude experimentar esta hermosa locura y pasión por las palomas de una forma nunca antes sentida. Hasta incluso me dio la posibilidad de tener vínculo con otras personas. Gracias a ella pude conocer a una gran amiga que me contactó este verano por un pichón que rescató. Palabra va palabra viene nos pasamos nuestros whatsapp y la amistad siguió creciendo día a día, nos conocimos en persona y hasta incluso luego nosotros viajamos hacia Lincoln -donde ella vive actualmente-, y fuimos con la Chipi”.

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