A 16 años de la desaparición de Sofía Herrera, el desesperado pedido de su madre a la Justicia: No la olviden

“Mami, ¿por qué me quieren tanto?”, le preguntó Sofía, de 3 años, a su mamá María Elena Herrera. La mujer se la quedó mirando, pensó en lo feliz que la hacía, en lo curiosa e inteligente que era su hija y lo bien que hablaba a pesar de ser tan pequeña. Así que solo se rio, la alzó, la abrazó y le dio muchos besos.

Minutos antes habían estado bailando a los saltos una canción de Xuxa, así que María Elena le peinó el pelo revuelto, el flequillo, le acomodó la pollerita de tul que a la niña le gustaba usar sobre unas calzas y las dos se sentaron en el sillón a ver la novela. Era su ritual de todas las tardes.

“¿Dale ma que si el bebé es nene se va a llamar como él y si es nena, como ella?”, le decía siempre Sofía y señalaba a los protagonistas de la historia de amor, y con las manos le agarraba la cara, pegaba su nariz contra la de ella y le sonreía achinando los ojos.

María Elena Delgado

María Elena estaba de cuatro meses y pensaba que la vida no podía ser mejor. Pero un 28 de septiembre de 2008, la niña desapareció en un camping, a 60 kilómetros de Río Grande, donde viven, cuando fueron a comer un asado con su marido y unos amigos.

“Sofi le eligió el nombre a su hermana. No llegaron a conocerse y es angustiante”, dice a LA NACION hoy María Elena, cuando se cumple un aniversario más de la última vez que vio a su hija.

“Ya pasaron 16 años y no quiero que nadie ni la Justicia se olvide de ella. Se cometieron muchos errores en su búsqueda, pero quiero que la sigan buscando, porque yo no dejé de hacerlo ni un día de mi vida”, afirma María Elena, que todos los días lee los mensajes que le envían posibles testigos por las redes sociales, que sigue la causa e investiga por su cuenta cada pista que surge.

María Elena no teme recordar ese 28 de septiembre, hace 16 años, aunque nunca deje de dolerle el alma. Dice que en Río Negro los inviernos son muy duros, así que cada vez que se acerca el tiempo lindo, salir de la casa es el mejor plan. Ese 28 de septiembre de 2008 había salido el sol y recuerda que ayudó a Sofi a preparar su mochilita: con su muñeca preferida, un abrigo y su jugo. Estaban muy entusiasmadas.

Cerca de las 11.30 llegaron con una familia amiga al camping John Goodall. Ella y su amiga se quedaron en el auto para empezar a bajar la comida y los hombres, Sofi, y los nenes de la pareja, de 6 y 9 años, bajaron todos juntos. Enseguida volvieron porque no había nada para hacer un asado, solo una chapa.

Sofía Herrera, desaparecida en Tierra del FuegoArchivo

“Entonces le pregunto a Fabián dónde estaba Sofi, me dijo que pensó que había vuelto al auto, pero no. Fuimos desesperados a buscarla por el lugar, gritamos, no teníamos señal para llamar a nadie. Fuimos a la casilla del cuidador que tenía una radio y pedimos por la policía y Defensa Civil”, relata María Elena.

“Llamamos a las 12 y aparecieron a las 14. Cualquiera podría haberla agarrado y llevado a la frontera con cualquier documento, estábamos a solo 90 kilómetros del límite con Chile. Se perdió mucho tiempo”, se lamenta sobre el primero de muchos errores cometidos en la búsqueda de su hija, algo que LA NACION identificó en una investigación como un punto en común de casos de niños desaparecidos.

María Elena está segura de que alguien se la llevó y como por esa época no les hacían DNI a los niños antes de los 8 años, era aún más fácil para un posible secuestrador burlar un control policial.

Luego, desde la fiscalía y la Justicia buscaron con perros en el lugar, se la buscó cerca del mar, porque pensaban que la niña podría haber caminado kilómetros y kilómetros hacia los acantilados; se investigó si pudo haber sido atropellada por un auto en la ruta, se investigaron los trasplantes de órganos, pero más que nada, se investigó a la familia.

María Elena aún conserva algunos juguetes de SofíaLorena Uribe

“Tuvimos un policía por meses viviendo con nosotros, nos decían que la habíamos vendido, que era porque mi marido tenía deudas porque era un jugador compulsivo y en su vida pisó un casino, que no era mi hija, dijeron mil pavadas y no la buscaron como debían buscarla”, dice.

La desaparición de esa nena que preguntaba por qué todos la querían determinó la creación, en 2019, de la alerta Sofía, un sistema que consiste en la difusión inmediata de la imagen e información del niño, niña o adolescente desaparecido a través de dispositivos móviles y medios de comunicación masiva y redes sociales.

Así que por 2008, la difusión de la imagen de Sofi dependía exclusivamente de Missing Children o Red Solidaria, organizaciones a las que María Elena agradece mucho. “Si hubiese existido algo parecido por esa época, quizás la encontrábamos”, comenta.

El sospechoso que nadie investigó

María Elena lamenta que nunca hayan investigado en profundidad a un hombre que es clave en la desaparición de Sofía. Es que a los días de que desapareció Sofía, el hijo de la pareja amiga que fue al camping con ellos, y por entonces tenía 6 años, dijo que vio a un hombre que salió de un auto gris, que agarró a Sofi y se la llevó.

El camping se encontraba cerca de la ruta y los perros de búsqueda habían marcado que el rastro de Sofía terminaba en un alambrado, donde había un estacionamiento. “Todo era verosímil”, destaca María Elena.

La policía hizo un identikit y se determinó que el hombre era una persona en situación de calle que paraba en las estancias del lugar, un ciudadano chileno que se llamaba José Dagoberto Díaz Águila y tenía el apodo de “Espanta la Virgen”. No obstante, a los meses, un grupo de psicólogos forenses de Buenos Aires llegaron a Río Negro, se entrevistaron con el niño y aseguraron que “fabulaba” por lo que todo volvió a cero.

“Con el tiempo se supo que Díaz Águila era el mismo que se había presentado como testigo varias veces en la policía diciendo que Sofía se había caído en una trampa de zorros, se había muerto y un estanciero amigo la enterró cerca de un árbol. Los agentes nos dijeron que buscaron en el lugar y no encontraron nada, pero yo me pregunto porque siguieron buscando a ese hombre”, dice con impotencia María Elena.

La Interpol pidió la captura de José Dagoberto Díaz Aguila, apodado Espanta la Virgen, pasó de ser testigo a ser imputaado en la desaparición de Sofía Herrera

Cuando ese niño cumplió 18 años, en 2020, se presentó en la Justicia para declarar lo mismo que cuando tenía solo 6. Se hizo un segundo identikit y resultó en la misma descripción de Díaz Águila. En septiembre de ese año, Interpol lanzó una “alerta roja” para la captura internacional del hombre que pasó de testigo de la causa a ser sospechoso. A la fecha, nadie reportó haberlo visto.

“Uno se siente muy solo a veces. Más allá del apoyo de organización como Red Solidaria, nunca jamás un fiscal o un juez nos llamó para saber cómo estábamos y para contarnos cómo sigue la causa”, dice María Elena.

Sabe que en muchos pueblos la policía a veces no tiene ni móviles, por eso asegura que debería haber una política de Estado para invertir en la búsqueda de niños, en capacitar a agentes, fiscales, jueces. “Incluso, la alerta Sofía, que debe ser autorizada por un juez, debería lanzarse el mismo día de la desaparición, porque las primeras horas son clave”, indica.

Muchos de los hallazgos que se realizaron en la causa de su hija fueron motorizados por ella y su marido. “El año pasado fui a Chile, a ver los registros de inmigración y Díaz pasó la frontera hacia Argentina el 27, un día antes de la desaparición de Sofi. No hay más registros de él. Entró en un micro pero al día siguiente fue visto en ese auto gris. Le pedí al fiscal que investigara a los posibles amigos o conocidos que tuviera acá, pero no sé si lo hizo porque no tengo novedades y ya pasó un año”, dice. “La Argentina, por 2008 no tenía un registro de migraciones, y recién este año se está comenzando a digitalizar”, suma.

Todo lo que cuenta son obstáculos que en vez de alejarla de querer saber qué le pasó a su hija, potencian sus ganas de encontrarla, como sea. “Los primeros meses estaba tan desesperada que no entendía nada, mi marido la primera semana no salió del camping, buscándola, dormía en el auto. Con el tiempo nos fuimos haciendo fuertes, quizás por enojo con la Justicia, por la impotencia. Investigamos pistas todo el tiempo, viajamos cuando podemos porque no tenemos grandes ingresos”, explica. Su marido trabaja en la Municipalidad y ella está buscando un trabajo part time.

Sofía Herrera junto a su mamá, María Elena

“A 16 años de la desaparición de Sofi le pido a la Justicia que la busque, que no se olvide de ella”, dice María Elena que quiere saber qué pasó con ella, aunque la noticia sea la peor. Dice que llora mucho, que tiene ropa de la niña en bolsas, guardadas en un lugar sin luz, en un placard, para que su olor se mantenga por si en algún momento se necesita en la investigación, dice que extraña sus caricias, bailar Xuxa con ella, la muñeca despelujada que aún está en algún rincón de la oficina de algún fiscal. También admite que estos días de septiembre son los más dificiles.

Este sábado María Elena y su marido Fabían irán a la plaza de la ciudad con el rostro de Sofía impreso en carteles. En las imágenes se la ve en esa foto icónica, con su buzo azul, su sonrisa, los ojos achinados, el pelo revuelto. También hay proyecciones de su rostro con 20 años, edad que tendría hoy, en 2024. Varios vecinos los apoyarán, al igual que otras familias cuyos niños desaparecieron y aún ellos mismos buscan.

“Si bien pasamos juntas solo tres años y ocho meses, tengo la tranquilidad de saber que fue una niña feliz, éramos felices. Y nunca voy a dejar de soñar con que conozca a su hermana, nunca”.

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