El malestar de una generación precarizada

Los resultados de las elecciones provinciales realizadas en lo que va del año, profundizan la tendencia de baja participación electoral. En la Ciudad de Buenos Aires se registró la mayor abstención desde el retorno a la democracia, y en Santa Fe este fenómeno se acentuó especialmente entre los jóvenes. Dentro de los diversos análisis del movimiento de votantes que circulan, se presta atención a que los sectores con menor poder adquisitivo son los que más faltaron en las urnas. ¿Es un mensaje hacia los políticos, o una falta de interés en la política? ¿Significa que los más pobres, cuyas condiciones de vida son estructuralmente precarias, consideran que no se van a resolver sus demandas a través del voto? Si hablamos de precarización, es imposible que no tenga el rostro de la juventud. ¿Qué pasó con el voto jóven del que tanto se le dió crédito a los libertarios en afianzar por redes? Pareciera ser que pasan los gobiernos, los candidatos, el color de las boletas, pero el descontento queda… y crece.

Si consideramos el ausentismo actual como parte de la crisis de las grandes coaliciones de la cuál emergió Milei como outsider, podemos entender la apatía como una continuidad en la crisis de representación que viene del arrastre de gobiernos previos. No es menor señalar el desplazamiento de votos de La Libertad Avanza, que se fue de los barrios más pobres a los sectores de clase media y alta en la ciudad más rica del país. Algo tendrá que ver también con que el sector de jóvenes hombres que fue su base de votantes en 2023 es el que lideró el desempleo un año después. Una hipótesis posible sobre estos datos es que parte de los jóvenes que masticando bronca apoyaron el discurso anti-casta de Milei se desencantaron del gobierno a menos de la mitad de su mandato… y como dijo CFK no volvieron a votar al peronismo tampoco. Si bien existen sectores ideológicamente consolidados que siguen identificándose con estos espacios, la expresión de la apatía o el desinterés en los más jóvenes es un fenómeno que se enmarca en la insatisfacción de sus demandas. Hoy mucho se habla del voto joven, pero poco de las condiciones de vida que afronta la juventud; una juventud que parece no deberle nada a los políticos de siempre.

La realidad de los jóvenes hoy

Recientemente salió una nota titulada “Vivir para trabajar: la Argentina de la sobreexplotación” que pone de manifiesto cómo el pluriempleo no para de crecer desde 2016, aún cuando más de la mitad de los asalariados hoy no llegan a cubrir el valor de una canasta básica familiar. Entre los jóvenes, éste rozó casi el 9 % en el último año, sumado a que hay cerca de un 25 % de los jóvenes que son ocupados demandantes, es decir que tienen un trabajo, pero buscan otro y no encuentran. Muchos asumen la carga de dos o tres trabajos en detrimento de mantener sus estudios o tener tiempo libre. Cerca de seis millones de personas trabajan entre 9 y 11 horas diarias, pero en un contexto de cada vez mayor empobrecimiento de la población: se trabaja más y se gana menos. Mientras el presidente en su burbuja delirante dice que con las políticas del gobierno viene bajando la pobreza, la realidad es muy distinta. Según el INDEC el sector más más vulnerado es la juventud: el 44,9% de las juventudes de entre 15 y 29 años son pobres, y entre ellas, el 10,6% se encuentra en la indigencia.

“Trabajo en una fábrica de la zona sur de la ciudad. Son 9 horas, pero depende de si terminamos el laburo, por lo que a veces nos quedamos 3 o 4 horas más. Son horas extras, pero no nos las pagan. Cobro $800mil, la mitad en negro y en cuotas”, dice S, artista del graffiti, que sale a pintar y organizar festivales con sus compañeros de Insurrectxs por las demandas de los jóvenes y el acceso a la cultura.

Los derechos de los jóvenes vienen siendo constantemente vulnerados. Solo en el aspecto laboral, sin referirnos al acceso a la educación o la cultura, cada decreto o ley que se sanciona viene perjudicando más las condiciones de los jóvenes trabajadores. Tanto en la fallida Ley Ómnibus, como con la aprobada Ley Bases y actualmente con el Pacto de Mayo se busca avanzar en una reforma laboral que elimina las indemnizaciones por un sistema de cese laboral, extiende el periodo de prueba y elimina las multas a las empresas que cuentan con trabajadores no registrados. Además de una ampliación de la jornada laboral, este combo conlleva medidas que facilitan la tercerización, y avalan aún más la precarización laboral que recae principalmente sobre la juventud.

La superexplotación en la juventud es cada vez mayor, no solo alcanzando altas cifras de informalidad laboral, si no que dentro de los empleos registrados prima la precariedad. En otras palabras, no se conocen derechos laborales, vacaciones, días por enfermedad o aguinaldo; tampoco paritarias o el derecho a organizarse sindicalmente. Solo monotributo y contratos basura (flexibles). Si se miran los datos, la precarización del empleo en jóvenes hasta 25 años supera el 70 %. Esta realidad sigue empeorando, no se convierten en sus propios jefes ni en brokers como dice el verso libertario; en cambio cada vez más pibes salen a buscar trabajo y menos encuentran, la desocupación en jóvenes es lo que más creció en lo que va del 2025, llegando a 19,2 % en mujeres y a un 15,1 % en varones.

Las grandes frustraciones que viene acumulando la juventud no resultan novedosas, sino que son el reflejo de una continuidad de políticas que estrechan cada vez más el horizonte de generaciones que no pueden proyectar el futuro que quieren. ¿Por qué una porción significativa de los jóvenes se volcó hacia una figura outsider en las últimas elecciones? Sin duda no podemos reducir la respuesta a una sola causa, pero las demandas o expectativas que encontraron un diálogo mudo en los gobiernos de las grandes coaliciones, como fue Cambiemos y el del Frente de Todos, no resultaron sin costo, fueron discursos desvinculados de su realidad. Recordemos que en la campaña electoral el slogan del peronismo era “vota a favor de tus derechos”, ¿de qué derechos le hablaban a la generación que creció sin ellos?

Breve historia de la juventud sin derechos

Para hablar del origen de la precarización, se vuelve entonces necesario recuperar el pasado. Volvamos al gobierno de Carlos Menem. El avance neoliberal de los ‘90 venía a terminar el trabajo de reestructuración económica del país que había empezado la dictadura, habiendo derogado una amplia cantidad de legislaciones laborales conquistadas por los trabajadores en periodos anteriores (algunas se restituyeron en 1983). Se sancionaron una batería de leyes y se establecieron decretos en favor de la ganancia empresarial como: la Ley de Empleo (24.013) que promovía los contratos flexibles y temporales, la Ley de Pymes que permitía la movilidad horaria, la reducción de indemnizaciones, y trabajar 12 horas corridas sin que se pague como extras, y la Ley de ART (24.068) que pulverizó el derecho a la salud de los trabajadores. Durante esos años se reglamentó y limitó el derecho a huelga, se avanzó con las privatizaciones a empresas públicas y se habilitaron las pasantías laborales de jóvenes estudiantes o desocupados en empresas privadas por sueldos de miseria. En resumen: fue una receta de reformas laborales en beneficio de los empresarios, a costa de los trabajadores. Como relata Nicolás del Caño en su libro Rebelde o Precarizada el trabajo no registrado pasó del 28 % en 1990 al 39 % en 1999. El director del FMI de ese año reivindicó a Menem como el mejor presidente de la historia, ¿les suena?. El gobierno de la Alianza mantuvo la Convertibilidad, y el estallido social de diciembre de 2001 fue la expresión brutal de la miseria de las grandes mayorías, con más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza y el desempleo desbordado, la desocupación juvenil superaba el 30%. La huída de De la Rúa en helicóptero, mostró el temor de los dueños de todo frente a la rebelión de los de abajo.

Recién en el 2003 se empezó a delinear la recomposición de los años siguientes, construída sobre la megadevaluación que había pulverizado los salarios. Así el principio de década estuvo marcado por el crecimiento del empleo principalmente en el sector privado, ese alivio que para muchos significó volver a tener laburo. Fueron años marcados por el crecimiento de la economía, por la entrada de divisas al país producto de la exportación de materias primas. Sin embargo, esto no significó un beneficio para todos por igual: los derechos laborales que se perdieron no se recuperaron. Ningún gobierno volvió atrás con las leyes que pulverizaron las conquistas laborales de las generaciones previas. El gobierno de CFK terminó su mandato con 33 % de informalidad… y la tasa de empleo no registrado a nivel juvenil pasó del 71% en 2003 después de la crisis, a un 60 % en 2014 en este contexto de alza y crecimiento económico [1]. ¿Quién puede decir que la realidad de los jóvenes cambió cualitativamente en esos años? En el conurbano bonaerense en el 2014 el 61 % de la juventud trabajaba en negro, y para el 2018 el porcentaje se mantenía intacto. A la juventud la quisieron seguir acostumbrando a la precarización de la vida.

La llamada década ganada que tanto se atribuyó la recuperación de derechos, aunque modificó aspectos parciales sobre las leyes que había dejado el menemismo, no cambió lo esencial de la flexibilización laboral. La tercerización, que implica la subcontratación de trabajadores por la misma tarea, fue la nueva forma de empleo. Ese crecimiento del empleo privado, sentó sus bases en los contratos precarios y temporales, y también en el sector público: el estado fue el primer precarizador contratando cada vez más trabajadores con monotributo o de forma temporal. Se consolidaron las reformas de los años noventa y con ellas se convalidaron los avances patronales ¿Ganada para quién? Si para las patronales, que vieron incrementar sus ganancias de manera exponencial durante esos años.

La apatía de los que no deben nada

La precarización que alcanzó en primera medida a los sectores adultos a comienzo de la década, acompañó a los jóvenes que crecieron en estos años a sumergirse en un mercado laboral reconfigurado bajo estas condiciones. Mientras algunos referentes políticos como Ofelia Fernández, dicen que el mundo del trabajo cambió, como si éste se hubiera cristalizado por sí mismo, en realidad se omite que es el resultado de todas las políticas que llevaron adelante estos gobiernos. ¿Trabajar de manera flexible es una elección? Pareciera que hay un común acuerdo en que por ejemplo los trabajadores de aplicación prefieren este tipo de empleo. Sin embargo, cuando se les pregunta a estos trabajadores por qué lo eligen responden que el tiempo es lo único que todavía pueden controlar, e insisten en que igual la plata no alcanza.

“Tuve todos los laburos precarios que existen, gastronomía, en la bici, comercio. Cuando estaba con la bici te decían que podías controlar tus horarios, pero el algoritmo te controla a vos. Si no te la pasas todo el día arriba de la bici, no haces el sueldo, no alcanza. Ahora trabajo en un call center… me pagan por minuto”, cuenta L, frente a lo difícil que es hablar de la realidad política hoy en los laburos, organiza con sus compañeres el programa de streaming Tiempo Libre que muestra la realidad de los jóvenes trabajadores hoy.

Los jóvenes fueron atravesando las crisis de las promesas de los gobiernos, sus recetas y políticas, el estado ineficaz o reducido, las direcciones gremiales poco representativas o inexistentes para su informalidad. Los discursos individualistas y meritocráticos que propulsó Milei, y la derecha en general, se desarrollaron sobre el terreno fértil de las demandas previas insatisfechas, y cada vez pesaron más: la salida es individual si uno se esfuerza lo suficiente. El pluriempleo se disfraza de esfuerzo, la flexibilidad de libertad, y el dinero rápido de emprendedurismo. Sin embargo, si uno le pregunta a estos trabajadores si quieren derechos laborales responden positivamente: días por enfermedad, vacaciones pagas, aguinaldo, entre otros. La reproducción de los discursos en los que el trabajador se vuelve ser su propio jefe y elige la flexibilidad, sólo avalan la reconfiguración de avanzada sobre la clase trabajadora y la disfraza como una elección individual.

Hoy día cada vez se muestran más los límites de este discurso, porque mientras el pluriempleo y la búsqueda de laburo crecen, y la plata no alcanza, existen ganadores claros. Es la radiografía de la desigualdad: hoy el 24,5% de los jóvenes trabaja en comercio, el 10% en construcción y el 9% en servicios [2]. El promedio salarial en estos sectores apenas está por encima de la línea de pobreza, si es que la pasa; mientras los Alfredo Coto y los Marcos Galperín amasan millones, mientras siguen en el ranking de mayores fortunas de la revista Forbes. La casta en realidad son los empresarios, y se muestra cada vez más un régimen político que gobierna para ellos, los ricos. Hay un vínculo estrecho entre la política y las condiciones estructurales, que parece indicar que los jóvenes encuentran cada vez menos referencias políticas tradicionales, ya que como desarrollamos, todas sus experiencias sólo han abonado a reproducir las condiciones de precarización de la vida que padecen.

“Soy tercerizado de Edesur, los que reconectamos el suministro cuando hay apagones. Se nos paga por producción, que significa que tenés que terminar la cantidad de laburo que te piden, aunque haya días que labures más de 12 horas. Con el primer año de gobierno de Milei, Edesur reportó ganancias de casi $60.000millones. Un 30% más que el año anterior, pero yo no llego a los $800mil por quincena.”, nos cuenta A. de la Red de Trabajadores. Allí organizan torneos de fútbol en solidaridad con las luchas en curso, como la del Garrahan.

Organizar la bronca

¿Es la apatía una respuesta al desinterés y al hartazgo de las nuevas generaciones frente a los gobiernos? Sabemos que sin duda sería un error ignorar la distancia que encuentran estos sectores de las políticas tradicionales y sus instituciones. La falta de proyecto que encuentran los jóvenes, pone de manifiesto los límites de un régimen político pensando en función de los ricos. Frente a la insatisfacción de sus demandas, los jóvenes entran en la búsqueda de proyectos que den respuesta a estas. Es así que siendo parte de una generación que estructuralmente se cimentó en la fragmentación y la atomización, se consolidaron expresiones juveniles referenciadas en salidas individuales o en giros hacia fórmulas reaccionarias en respuesta a sus malestares.

Sin embargo, si observamos el conjunto de los fenómenos juveniles también se desarrollaron expresiones profundamente colectivas en esa búsqueda. ¿No salieron miles de jóvenes a las calles, muchos de primera generación universitaria, en defensa de la educación? ¿No fueron también parte de los hinchas o los sectores de la comunidad LGTBI+ que apoyaron a los jubilados? En el mundo los jóvenes son los protagonistas en las revueltas contra las recetas del FMI y los gobiernos, como lo vimos en Chile en 2019 con semanas de protestas donde las calles se inundaron de pintadas y graffitis de esos pibes que se enfrentaron en primera línea contra los pacos. Lo vemos en la generación U (Union, de sindicato), nombre que tomaron los jóvenes trabajadores estadounidenses de Amazon, Starbucks o Disney que frente a la precarización extrema y la falta de derechos laborales empezaron a organizarse y pusieron en pie sus propios sindicatos. En las manifestaciones en apoyo al pueblo palestino y también en los sectores que salen a la calle en contra de las políticas antimigrante de Trump. También en Brasil con el movimiento contra la jornada del 6×1 (6 días de trabajo, 1 de descanso) que puso en debate la reducción de la jornada laboral para tener “Vida más allá del trabajo”. Mientras se intenta instalar la idea del “sálvese quién pueda”, vemos también una juventud que ve con buenos ojos la perspectiva del socialismo, como en Estados Unidos o en Alemania.

La crisis de representación muestra los límites de una democracia hecha al servicio de un puñado de empresarios, que no representa ningún proyecto de futuro para los jóvenes. Esos jóvenes que hoy quieren tiempo y no dejar la vida en el trabajo. Es fundamental que la juventud confíe en su capacidad de organización desde abajo, en unidad con el conjunto de la clase trabajadora, para disputar un modelo de sociedad basado en las necesidades sociales y no en las ganancias de unos pocos. La mejor forma de realizar estas demandas, es siendo los protagonistas. En un sistema capitalista profundamente irracional, donde el pluriempleo crece al mismo tiempo que la desocupación, se vuelve imprescindible organizarse y pelear por ideas comunes como el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, para que todos trabajemos 6 horas y 5 días a la semana, como peleamos desde la izquierda. Se vuelve imprescindible, entonces, volver a hablar de socialismo.

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NOTAS AL PIE

[1] La situación laboral de los jóvenes en Argentina. Voces del Fenix, 2015.

[2] Jóvenes de 18 a 24 años, elaboración propia datos INDEC 2024.

Ariadna Rallis

Estudiante de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

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