Adoctrinamiento versus espíritu crítico

El adoctrinamiento, propio de las dictaduras y de los gobiernos autocráticos, integra el perverso mecanismo para mantener en estado acrítico y represivo a las poblaciones sojuzgadas.

Hacerlo con eficacia absoluta presupone infiltrarse en los claustros educativos e impregnar una visión unilateral, desde los primeros grados, en distintas materias, asegurándose así poder tomar un control temprano de la cabeza de los más chicos para formatearla a su gusto.

En las antípodas de tan malsana manipulación, dos mentes preclaras del liberalismo argentino, como Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca, impusieron en la segunda mitad del siglo XIX, como valiosa política del naciente Estado argentino, la obligatoriedad de la educación pública y gratuita.

Las olas inmigratorias y la población nativa se vieron beneficiadas por un sistema que buscaba instruir al alumnado con excelencia en distintas disciplinas: aprender a leer, sumar y restar, pero también conocer los episodios más importantes de nuestra historia sin sesgos facciosos.

Esta idea, que rindió sus frutos en pocas décadas cuando la República Argentina comenzó a tener una creciente clase media cada vez más robusta e ilustrada, comenzó a perderse cuando el segundo gobierno de Juan Domingo Perón introdujo en los colegios textos de lectura en los que se exaltaba su figura, al gobierno que presidía y a su segunda esposa, Eva Duarte, a poco de fallecer, y cuyo libro, La razón de mi vida, se volvió texto de lectura obligatoria en las aulas.

“Sara y su esposo son peronistas. Votaron a Perón”, se dice en la página 20 del libro de lectura Privilegiados, de Ángela Gutiérrez Bueno, del que supuestamente debían aprender los más chiquitos en la década del 50. Ese texto es acompañado por un dibujo de quien fuera tres veces presidente de la República y de unas manos que lo aplauden. El apellido Perón aparece también en letra cursiva todo junto, separado en sílabas y deletreado.

El Gobierno buscaría resignificar la connotación de Zamba en la disputa de la «batalla cultural»Paka Paka

“El general Perón, presidente de los argentinos, necesita que todos lo ayudemos a cumplir el plan quinquenal”, se lee en la página 98 de Ronda infantil, de María Alicia Domínguez. No son libros para militantes ni tan siquiera para estudiantes avanzados de ciencias políticas, sino para los más pequeños. Tal era el afán por adoctrinar que ya tenía el justicialismo en aquella época.

Sesenta años después, esa obsesión resurgió en otro gobierno del mismo signo. No fue de manera tan sistemática en las escuelas, aunque hubo algunos cuadernillos en colegios bonaerenses con acotaciones ideológicas improcedentes y hasta con lenguaje inclusivo. Pero el intento vino a través de la señal pública infantil Paka Paka, adaptándose a los tiempos de lenguajes audiovisuales.

La estrella de la programación del canal era el dibujo animado Zamba, un niño de Clorinda que viajaba en el tiempo. En algunas de sus excursiones al pasado se cruzaba con Sarmiento, a quien presentaba de modo burlón y prejuicioso, y en otras emisiones se enaltecía a Juan y Eva Perón o a las Madres de Plaza de Mayo.

El adoctrinamiento temprano deja secuelas de por vida en los niños al desalentar su espíritu crítico y violentar su propia identidad. No promover una instrucción sana que los haga crecer en la diversidad de ideas pluralistas atenta contra su libertad y dignidad.

Haría muy mal el gobierno de Javier Milei en embarcarse en una aventura similar. Pretender imponer su propia ideología –un confuso anarcocapitalismo libertario que, más allá de su loable batalla contra la inflación, incurre en extremos poco edificantes que lo alejan del liberalismo de Roca y de Sarmiento– en las cabezas de los niños activa las alarmas.

Al parecer, eso es lo que se propone con los anuncios de una nueva grilla en Paka Paka a partir de julio, que incluiría un dibujo animado de origen norteamericano que busca moldear la mente de los infantes con ideas que atacan a los populismos de izquierda, pero a caballo de imponer concepciones de la derecha más extrema, elitista y poco democrática.

Habiendo materiales didácticos tan maravillosos y formativos disponibles para los niños, sería un despropósito incorporar programas que, lejos de enseñar a pensar y a construir miradas críticas, abran nuevas controversias en la sociedad.


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